Existe una vieja creencia muy arraigada que asocia el crecimiento económico con aumentos en la calidad de vida de la población. Esto es cierto cuando se parte de unos niveles económicos bajos, pero no lo es cuando se sobrepasa un determinado umbral de riqueza. A partir de ahí, el crecimiento trae consigo consecuencias perjudiciales como un aumento del estrés de los ciudadanos y de las horas de trabajo, del miedo a perder su estatus o problemas de salud como consecuencia de la contaminación aparejada. Por poner un símil, ¿alguien recomendaría a una persona obesa seguir comiendo más?
Otro argumento que desmonta las tesis de los defensores a ultranza de este modelo económico imperante en la sociedad actual, es el carácter limitado de los recursos naturales necesarios para incrementar la producción, como es el caso del petróleo o el agua. De hecho, actualmente, para satisfacer ese afán de crecimiento estamos robando recursos a las generaciones futuras. ¿Seguiríamos recomendando a esa persona comer más de lo necesario sabiendo que la comida es limitada?
Por lo dicho hasta aquí, es comprensible que el decrecimiento económico tenga cada día más defensores. Decrecer no implica pérdida de bienestar, pues producir, trabajar, gastar y consumir menos no significa vivir peor. Nuestro amigo sería más feliz disminuyendo su ingesta de alimentos.
Entre las claves del decrecimiento se encuentran las siguientes:
Reutilizar: No usar y tirar
Reciclar: Dar otra vida a aquello que ya no nos sirve
Relocalizar: Los procesos productivos para consumir local
Redistribuir: la carga de trabajo. Esto supone acabar con el desempleo
Reducir. El consumo. Abandonar la vieja idea de que ocio equivale a consumo
Revaluar: Nuestras creencias y valores
Está claro que para que esto ocurra es necesario un cambio de mentalidad. Una transformación de los valores que han reinado en los últimos tiempos. Este es el reto. Si lo conseguimos los beneficios serán infinitos.
Para saber más sobre decrecimiento: Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid
Por Estela Álvarez, licenciada en ADE