El año pasado retomábamos el blog después de las vacaciones de verano impresionados por la sensibilización medioambiental de Dinamarca, y en concreto su capital, Copenhague, un lugar envidiable para los que defendemos modelos de ciudad sostenibles y habitables.
En esta ocasión hemos tenido la oportunidad de conocer un caso radicalmente opuesto, el de Vietnam, que ha superado nuestras previsiones sobre el caos circulatorio que nos íbamos a encontrar en sus grandes ciudades. Más aún cuando la primera toma de contacto con el país fue la Ciudad de Ho Chi Minh, la antigua Saigón, la urbe más poblada y con mayor volumen de tráfico. Entrada ya la noche, el ir y venir de motos y el sonido de los cláxones nos introdujeron de golpe y porrazo de camino al hotel en el barrio Trotamundos –el corazón de esta jungla de asfalto- en un paisaje que se repetiría a lo largo de la estancia, banda sonora incluida. ¡Nada que ver con la tranquila y cívica capital vikinga!
Un caos “organizado”, a su manera, pues resulta inverosímil comprobar cómo todo ese enjambre de coches, motos, taxis y bicis que deambulan de un sitio para otro, en no importa qué sentido y dirección, sin ninguna otra norma que no sea abrirse paso poco a poco a fuerza de pitar, consigue avanzar sin chocarse. Eso sí, no hay ni una mala palabra o gesto hacia el resto de conductores. Ni siquiera en las horribles horas punta.
Los vietnamitas, gentes con determinación, ingeniosos, avispados, cuya férrea voluntad no consiguieron doblegar ni chinos, ni franceses, ni americanos, tendrán que enfrentarse antes o después a un nuevo reto: el de la sostenibilidad.
Empezando por la movilidad. Únicamente en Saigón hay 6 millones de motos. El transporte público es prácticamente inexistente y sólo se mueven en bici los menores de edad, que todavía no pueden sacarse el carné para conducir el vehículo preferido por los habitantes del “dragón asiático”. El tráfico no deja espacio para el peatón, pues incluso las aceras están repletas de motos aparcadas. Y te juegas el tipo cada vez que quieres cruzar una calle, haya o no pasos de cebra.
¿Y la contaminación que produce ese enorme volumen de tráfico? Vietnam es uno de los diez países del mundo con mayor contaminación del aire. La mascarilla forma parte habitual de la indumentaria de buena parte de los motoristas, sobre todo de las mujeres. Además de las emisiones de gases nocivos, hay que mencionar la contaminación acústica, con todos esos cláxones sonando a cada momento. Tampoco hay que olvidarse de la siniestralidad. Algunos datos señalan que unas 10.000 personas fallecen al año en accidentes, 30 al día.
Pero hay que decir también lo positivo en relación con la sostenibilidad. Los vietnamitas, asolados durante varias décadas por las guerras y la escasez que traen consigo, son expertos en alargar el ciclo de vida y reutilizar los materiales de los que disponen, aplicando todo su ingenio para poder hacer frente a las carencias.
Aprovechan muy bien los abundantes recursos naturales. Por ejemplo, de las palmeras hacen los sobreros cónicos, símbolo nacional, que les sirve para protegerse tanto del sol como de la lluvia, o como recipiente entre otros usos.
Emplean mucho el bambú, tanto en la construcción de casas, como de barcos, muebles y complementos de hogar, vasijas, cestería… Una típica estampa vietnamita la componen las mujeres que acarrean fruta, arroz u otras hortalizas en una pértiga (de bambú) con dos cestos (de bambú) uno en cada extremo. Nos sorprendió ver andamios hechos con cañas de este resistente material. Además los brotes tiernos de esta planta se utilizan en cocina.
En pequeños núcleos rurales pueden verse auténticos ejemplos de construcción bioclímática, a base de materiales proporcionados por la naturaleza, que aprovechan bien la luz, resguardan de las lluvias o de las altas temperaturas, y procuran una ventilación natural.
En una fábrica artesanal de caramelos de coco, vimos como utilizaban la cáscara de este fruto como combustible. También su aceite se emplea en cosmética. Y cómo no, su agua, bien fría, sirve para calmar la sed y el calor.
En Sapa las mujeres de la etnia hmong nos mostraron cómo se obtienen tintes naturales a partir de la planta de índigo que crece junto a los arrozales. Con la del sándalo, presenciamos en Hue como se elaboran artesanalmente las barras de incienso. Las sandalias se hacen con el caucho (¡amén de los neumáticos de todas esas motos!).
La dieta vietnamita está basada en el arroz y las verduras, no se consume tanta carne como en los países occidentales, lo que contribuye a preservar el medio ambiente. Por cierto que la cáscara de arroz la usan también como combustible.
Continúa la tradición del ciclotaxi, aunque sea para llevar a turistas. Se utiliza bastante en Hue, ciudad de pasado imperial, más pequeña y manejable. También se prodigan por las 36 calles que conforman los orígenes del núcleo urbano de Hanoi. En Saigón, sin embargo, se han diluido entre el trajín de motos y coches.
A pesar de que la bicicleta ha sido relegada por el ciclomotor, sobre todo en Hanoi, la capital, pudimos apreciar un buen número de bicis eléctricas. Debería fomentarse mucho más su uso, pues podría convertirse una solución a la movilidad en las grandes ciudades.
Por lo que hemos comentado sobre el tráfico desbordado y la contaminación, largo es el camino hacia la sostenibilidad el que tiene que recorrer Vietnam. Un camino que tal vez deba comenzar por bajarse de la moto.