Este fin de semana volvemos a cambiar la hora. La madrugada del domingo adelantaremos nuestros relojes para adoptar el horario de verano. Coincidiendo con la modificación la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles (ARHOE) vuelve a insistir al Gobierno en regresar al huso horario de Greenwich y recuperar la “posición natural”, que se adoptó como medida provisional en 1942. Es decir, reclama que esta vez no se muevan las agujas.
Aunque desde las autoridades se esgrime el ahorro energético para justificar la alteración, estimado en un 5% según el Instituto de Diversificación para el Ahorro Energético (IDEA), el verdadero motivo por el que España reniega del huso que le corresponde puede obedecer a que alargar las tardes de verano favorece el turismo, la principal industria del país. El presidente de ARHOE, José Luis Casero, esgrime además que el menor consumo de energía “no es significativo, puesto que las jornadas de trabajo siguen siendo maratonianas y se sale de trabajar a horas intempestivas, practicando más la cultura de la presencia que la de la eficiencia y menoscabando no solo la justa conciliación de la vida personal, familiar y laboral de las personas, sino también perdiendo eficacia y productividad en las empresas“.
Y es que en un país en el que parecen gustarnos más las raciones que racionalizar horarios, convendría adecuarse de una vez a los horarios -físicos y laborales- del resto de Europa. No es de recibo que en mundo global e interconectado, cuando el resto de los europeos han apagado las luces de la oficina en España muchos estén volviendo de comer o que cuando en los países de nuestro entorno han terminado de cenar y descansan plácidamente en el nuestro estemos aún en la oficina.
En este país, en el que cuesta, pero poco a poco van cambiando las mentalidades, los empresarios y directivos miden el esfuerzo del empleado y su compromiso con la empresa por el número de horas que pasa sentado en un puesto de trabajo. En lugar de por los atributos de productividad, capacitación o innovación, vendemos al exterior nuestra fuerza de trabajo como barata y totalmente disponible. Lo que redunda a la larga que solo aumentando nuestras jornadas laborales (sin cobrar horas extra, claro) o bajando los salarios podamos ser competitivos. Esta perversa fórmula, en lo económico, en lo social y en lo personal conlleva efectos perniciosos como son la ausencia de motivación, el poco tiempo dedicado a la familia o a nosotros mismos, el descenso en la natalidad, la falta de sueño, la fatiga, el estrés…
Compartimos este vídeo de ARHOE, bastante ilustrativo sobre el problema de la racionalización de horarios en España, en el que por ejemplo el astronauta Pedro Duque nos cuenta, para vergüenza ajena, lo difícil que es trabajar con España para los profesionales de fuera, o donde un empresario extranjero llama por teléfono a otro español casi a las cinco de la tarde y su secretaria le responde “Mr López is still at luch”.